El malestar en la cultura (occidental): posibles salidas


Resumen

Para Freud la cultura produce malestar. El enfrentamiento entre ésta y la naturaleza, lleva consigo cierta represión. No obstante, el nivel de malestar no es el mismo en todas las culturas. Así, la cultura occidental, la modernidad, se nos presenta como una de las más enfermas: el nivel represivo es alto y los diferentes caminos para superar el vacío se presentan realmente deshumanizadores. Sin embargo, esta situación no es inmutable. Todo lo contrario, el proceso de conformación del yo, caracterizado por su reversibilidad, y el encuentro con el otro, se presentan como posibles caminos emancipadores de este malestar.

Naturaleza y cultura

Leyendo a Freud nos encontramos con una paradoja. Para introducirnos en ella partamos de la tesis principal de la obra de Freud, El malestar en la cultura: la cultura, con la necesaria presencia de los preceptos morales que los individuos se ven sujetos por vivir en sociedad, produce malestar. El conflicto surge de la confrontación entre naturaleza y cultura. La primera, mediante las pulsiones que proceden del cuerpo en busca de placer, es reprimida por la segunda (recordemos que para Freud la cultura sin represión es una imposibilidad utópica). Es en este enfrentamiento donde surge el malestar.

Sin embargo, y está es la paradoja, aunque en lecturas de Freud podamos encontrar, en el sentido anteriormente expuesto, una desmitificación de la cultura, al mismo tiempo ve en ésta una función de conservación de la humanidad. Así, aunque la cultura procura malestar, nos dice Freud, nos es imposible vivir sin ella.

No obstante, esta represión, emergida en la confrontación entre naturaleza y cultura, difiere si ponemos nuestra atención en una u otra civilización, cultura (partimos de la idea, al igual que Elías, que todo proceso civilizatorio trae consigo una regulación de los instintos). Esto es, que no en todas las culturas encontramos el mismo nivel de malestar. Esta es, precisamente, la principal crítica que podemos reprocharle a Freud, el carácter parcelado e histórico de sus estudios a una determinada cultura, la occidental.

Diagnóstico cultural: las insuficiencias de Occidente

Precisamente, la civilización occidental se caracterizaba, y se caracteriza, por un nivel de malestar realmente latente. Nos encontramos ante una cultura enferma que hace, mediante sus estructuras sociales, la existencia tremendamente represiva.

En esta misma línea, en la cultura occidental, apenas si encontramos agua que brote del manantial de las satisfacciones primeras o de eso que llamamos cuerpo (Beiman, 1994). El vacío (nemo), al igual que el malestar, se encuentra presente en la mayor parte (¿todas?) de las culturas. ¿Cómo superar esta insuficiencia? ¿Qué es aquello a lo cual nos aferramos los seres humanos para dar significación a nuestra existencia? Unos pintan, otros viajan, algunos leen, pocos escriben y los menos aman. Estas formas de escapar del vacío, aún siendo algunas satisfacciones secundarias, quizás (el amor seguro o ¿no?) humanicen al individuo.

Sin embargo, si realizamos un rápido análisis de la sociedad occidental, apreciamos que las satisfacciones, aquello que hace la vida un poco más apacible, van dirigidas, principalmente, en otra dirección. A mi parecer, son los caminos más deshumanizadores posibles: ideologías pardas, valores inicuos (competitividad, éxito, reconocimiento,…) y consumismo salvaje. Estas maneras de escapar del malestar, paradójicamente, hacen la prisión de la existencia más pequeña.

Pongamos, por tomar un ejemplo ciertamente ilustrativo de nuestra sociedad, nuestra atención en el consumismo, ese depredador alimentado por el capitalismo, y las necesidades que aquél trae consigo. Resulta abrumador la “terrible” cantidad de artefactos y objetos ideados en el mundo actual, carentes, la mayoría de ellos, de una función verdaderamente humana. Toda una serie de elementos materiales que provocan la deshumanización del individuo y, por ende, de la sociedad. Nos encontramos con todo un desarrollo tecnológico dirigido, principalmente, a la manipulación, reflejada en este consumismo, y la aniquilación, toda esa maquinaria armamentística creada, humanas. Como decíamos con anterioridad estas necesidades se encuentran tremendamente relacionadas con el consumismo imperante de nuestra sociedad. Un consumo que reduce toda felicidad a puro engaño, convirtiéndose ésta en pseudo-felicidad. No olvidemos, que un consumidor es insaciable, nunca se compromete, su satisfacción es instantánea, expuesto siempre a nuevas tentaciones, aunque cree que no ejerce más que un libre ejercicio de voluntad, cuando en realidad es –somos- puros títeres. La única autonomía del individuo se reduce al uso y desuso de estos objetos. De esta forma, y valga la redundancia, el consumismo nos termina por consumir.

También es interesante, con la finalidad de comprender como la cultura occidental se encuentra tal y como la conocemos hoy, echar la vista atrás. La razón, bandera de la modernidad, postulaba la idea de la inevitabilidad de un progreso moral y ético para todos, no sólo para unos pocos. Occidente debía ser el espejo donde mirarse el resto de culturas, era la panacea que necesitaba la humanidad. Sin embargo, ¿no es en esta pretensión de universalidad donde radica la mayor desfachatez de estas ideas? El creerse estar en posesión de la verdad humana, el pretender establecer qué contenidos deben conformar la existencia de las diferentes culturas. De esta forma, uno de los pilares donde se apoyaba la modernidad era la idea de homogeneidad (Bauman, 1995). Esta idea de homogeneidad lleva consigo algo perverso, a saber: todo aquel que sale de lo “normal”, de lo homogéneo es una amenaza. Esta amenaza se personifica en el otro, el diferente. De la ambivalencia, propia de la realidad, hemos pasado a la homogeneidad, propia de la modernidad.

Caminos emancipadores del malestar: el yo y el otro

Llegados a este punto, y como no podemos deshacernos de la cultura (ya que es parte de nuestra naturaleza), se hace necesario una ruptura con la dirección actual del modelo civilizatorio, cultural. Mas, ¿Cómo realizarlo? ¿Cómo reducir este malestar? ¿Cómo cambiar la vectorialidad de la civilización capitalista? ¿Cómo cambiar esa segunda naturaleza (Marcuse, 1969), implantada en nosotros desde nuestro nacimiento a través de las instituciones sociales, que ha alcanzado las profundidades del instinto?

La sociedad es una comunidad de individuos. Son éstos los que dan vida a aquélla, es la idea que encontramos en Elías: la estructura social se corresponde con la estructura del yo. Entonces, el primer, y más óptimo, camino a tomar será la revolución del yo. Sino hay cambios en los individuos se hace imposible tornar la sociedad, la cultura. Veamos, pues, ciertas consideraciones referidas al yo.

El YO, al igual que la cultura o la civilización, no es algo cerrado y dado para siempre. Todo lo contrario, la construcción del yo es un proceso discontinuo y reversible. Y es, precisamente, esta última cualidad, la reversibilidad, la que hace este proceso interesante ya que nos deja una posibilidad de cambiar. No deberíamos olvidar que el psiquismo no es inmanente a nuestra forma de ser sino que se ha ido modelando históricamente. La experiencia del vivir, ¿lamentablemente?, conlleva desde nuestro nacimiento, donde, por ejemplo, somos llamados para el resto de nuestras vidas, carga, imposición. Somos tachados, nombrados, asignados,… No obstante, en la negociación continúa que se establece entre el yo y el otro pueden producirse ciertas mutaciones. En esta interacción el aspecto fundamental es la interpretación: no somos lo que nos dicen que somos sino, antes bien, lo que creemos, lo que interpretamos ser. De esta forma, esta interpretación, esta hermenéutica del yo deja el proceso de (re)construcción abierto. Como vemos, el yo se aleja de la inmutabilidad y la certeza.

Ahora bien, el éxito del proceso de reconstrucción del yo va a variar en medida de los contextos (sistema político, familia,….). Es decir, depende, en gran medida, de las instituciones sociales y del nivel represivo existente en éstas. Así, la interpretación que hacemos del yo se encuentra determinada y condicionada.

Por otro lado, y en íntima conexión con lo dicho, en este proceso de reconstrucción del yo es importante el como el yo construye al OTRO. Así, por ejemplo, en Occidente construimos al otro de forma dicotómica y antagónica. Oriente, por el contrario, se construye al otro de forma dicotómica y complementaria. Estas diferentes maneras de construir el mundo determinan en gran medida como lo experimentamos. Así, fijando la vista en Occidente, esta construcción antagónica del otro hace que lo percibamos como un enemigo, como una amenaza. Intentar cambiar esta percepción del otro, la manera de cómo lo construimos, sería, con el objeto de superar el malestar en la cultura, uno de los senderos que el individuo debería explorar. Uno de los filósofos que ha intentado establecer una ética del otro es Lévinas. Para éste, como sujetos, tenemos la obligación de responsabilizarnos del otro. Debe ser un acercamiento sincero, sin la búsqueda de reciprocidad. En el otro mi existencia toma sentido, nos dice Lévinas. Debemos crear posibilidades de escuchar, sentir, mirar al otro mas nunca con el objetivo de poseerlo.

Para finalizar, creo conveniente leer ciertas líneas de Marcuse sobre el deseable nuevo ser humano, llamado a edificar la nueva sociedad: “Pero la construcción de semejante sociedad presupone un tipo de hombre con una sensibilidad y una conciencia diferentes: hombres que hablarían un lenguaje diferente, tendrían actitudes diferentes, seguirían diferentes impulsos; hombre que hayan construido una barrera instintiva contra la crueldad, la brutalidad, la fealdad” (Marcuse: 1969, 28).

¿Podremos alcanzar algún día la liberación? ¿Llegaremos algún día a sentir de forma diferente? ¿O el malestar de la cultura es inevitable? Complicadas se presentan las respuestas. Mas encontrar un equilibrio entre lo libidinal y lo social, lo instintivo y lo cultural, es la penosa, la esforzada tarea a la que estamos llamados todos y cada uno de nosotros/as.