Pequeño ensayo

Para la asignatura de Filosofía del ser humano, debimos reflejar una reflexión luego de haber analizado en clase el libro: El animal cultural de Carlos París, filósofo español. Con el objeto de compartirlo con quien desee leerlo, les dejo la mayor parte de dichas reflexiones. Se admiten, o mejor, deseo comentarios en torno al ensayo y lo que piensan ustedes en torno al tema tratado.

En torno al primero de estos aspectos característicos de dicha sociedad, resulta abrumador la “terrible” cantidad de artefactos y objetos ideados en el mundo actual, carentes, la mayoría de ellos, de una función verdaderamente humana. Toda una serie de elementos materiales que provocan la deshumanización del individuo y, por ende, de la sociedad. Nos encontramos con todo un desarrollo tecnológico dirigido, principalmente, a la manipulación, reflejada en este consumismo, y la aniquilación, toda esa maquinaria armamentística creada, humanas. Como decíamos con anterioridad estas necesidades se encuentran tremendamente relacionadas con el consumismo imperante de nuestra sociedad. Un consumo que reduce toda felicidad a puro engaño, convirtiéndose ésta en pseudo-felicidad. No olvidemos, que un consumidor es insaciable, nunca se compromete, su satisfacción es instantánea, expuesto siempre a nuevas tentaciones, aunque cree que no ejerce más que un libre ejercicio de voluntad, cuando en realidad es –somos- puros títeres. De esta forma, y valga la redundancia, el consumismo nos termina por consumir. Estos planteamientos en torno a las necesidades y al consumismo, los encontramos, desde una vertiente crítica, en infinidad de autores que van desde Iván Illich, desenmascarando las primeras, hasta Zygmunt Bauman, analizando las implicaciones del segundo.

Pasemos ahora con el análisis del segundo de los aspectos propio de la sociedad capitalista, la privilegiada y determinante situación en el desarrollo de la tecnosfera de los poderes económicos, político y militar. Estos poderes son los encargados de establecer y dirigir las diferentes políticas tecnoeconómicas de la tecnosfera. De esta forma, éstas no van dirigidas al desarrollo lógico propio de la tecnosfera sino que más bien estas políticas se encuentran determinadas por los diferentes intereses de estos poderes, intereses que divergen en gran manera de los del resto de la sociedad. De esta forma, estos pocos, los “poderosos”, malversan a su antojo el desarrollo de dicha tecnosfera. De la infinidad de ejemplos que ilustran esta tendencia, la manipulación del vector lógico de la tecnosfera, podemos citar la industria farmacéutica –aquellos que inventan los medicamentos son los mismos que crean las enfermedades- o la corrupción urbanística, tan omnipresente en nuestra actual sociedad española.

Este segundo aspecto tratado nos lleva directamente a los entresijos, al comienzo solamente citado, de la ciencia y de su desfiguración, producido a causa de los intereses anteriormente señalados. Con el objeto de clarificar la actual situación, creo conveniente volver la vista atrás, y así poder analizar como hemos llegado a esta “corrupta” situación con la cual nos encontramos actualmente.

Desde la cultura helénica hasta el Renacimiento, nos encontramos con que el conocimiento tiene su fundamento en la contemplación de la naturaleza. La actividad científica estaba basada en un acto contemplativo. Sin embargo, a partir de aquel, del Renacimiento, esta concepción del conocimiento, como contemplación, es superada, es modificada. Este giro copernicano hace posible el surgimiento de la ciencia moderna. Ahora, para legar al conocimiento, lo importante es la acción, la praxis. De esta forma, sólo podemos conocer aquellos que es creado. Se pretende dominar, conocer la naturaleza con el objeto de transformarla. La ciencia se convierte, pues, en un instrumento que pretende modificar la naturaleza con el objetivo de hacer la vida más apacible. Postulados alentadores de estas ideas los encontramos en Bacon, Descartes o el propio Da Vinci.

¿Qué ocurre, pues, con la ciencia? Ésta, el conocimiento científico, se convierte en tremenda fuente de poder. De ahí, el creciente interés de los diferentes dominios existentes por manejar el discurrir de la ciencia. De esta forma, acontece uno de los aspectos más maléficos ocurridos en torno a la ciencia, a saber: su industrialización y militarización. Veamos en palabras de Carlos París esta idea:

“Entonces la ciencia no sólo se ha convertido en el momento clave del desarrollo industrial sino que se ha industrializado en sí misma. Y lo que aspiraba a ser una actividad máximamente libre y realizadora se ha visto sometida al mismo yugo de la alineación laboral por el poder [….] mas a la industrialización se ha añadido la militarización, en perfecta coherencia con los intereses del poder” (París, 1994:181-182).

De esta forma, como se puede observar en las palabras de París, aquello que aspiraba a mejorar la calidad de vida humana termina por convertirse en todo lo contrario, culminándose en la edificación de las tanatocracias actuales. Así, nos encontramos con lo que podemos denominar, por un lado, el valor real, posible de la ciencia y, por otro, su valor actual, su manifestación contemporánea. El primero sería aquello que encontramos tan presente en París, las verdaderas posibilidades existentes en la ciencia para ayudar a desplegar las posibilidades humanas, para hacerlas posibles. El segundo se refiere a la realidad actual donde la ciencia se encuentra al servicio de unas relaciones de dominación y explotación, ahogando dichas posibilidades de realización.

En este punto del camino, nos asalta una cuestión que se encuentra en la base de la antropología filosófica: ¿Esta la realización humana a la altura de sus posibilidades? ¿Es la situación actual la condición esencial del ser humano? A estos interrogantes solamente podemos responder de forma negativa. Responder en otra dirección, sería ponerse una venda en los ojos, no aceptar la crisis actual del modelo civilzatorio conformado al calor de la sociedad capitalista –o también podría ser el no creer en las posibilidades humanas, y no es está mi postura. Este modelo que lamentablemente, por otra parte, ha sido impuesto al resto de sociedades; siendo, además, el primero en querer convertirse en la panacea humana. ¿No es en esta pretensión de universalidad donde radica la mayor desfachatez de estas ideas? El creerse estar en posesión de la verdad humana, el pretender establecer qué contenidos deben conformar la existencia de las diferentes culturas.

Este pensamiento, no lo olvidemos, viene de la mano de la modernidad y, más concretamente, de la omnipresente idea de progreso. Ésta, conformada al calor del proceso ilustrado, postulaba que mediante la razón llegaríamos a un progreso moral y ético, esto es, a una vida más humana para todos –no sólo para unos pocos. Esta idea de progreso se conforma en torno a diferentes aspectos. Veamos que nos dice Pérez Tapias al respecto:

“La experiencia de grandes descubrimientos, del desarrollo de técnicas que los antiguos desconocían, de acumulación de nuevos saberes…todo ello daba pie para ir consolidando una nueva conciencia: la de los modernos frente a los antiguos. Si a ello se añade la experiencia de conocer otros grupos humanos más “primitivos”, ubicándolos en un “lugar” civilizatorio análogo al de nuestros antepasados, razón de más para ir fraguando una visión evolucionista de la historia de la humanidad. Emerge así la conciencia histórica y con ella aparece en el escenario histórico la idea de progreso, idea emblemática de la Ilustración” (Pérez Tapias, 1995:270).

Nada más lejos de la realidad, la crisis civilizatoria del mundo actual refuta esta idea de progreso. En cierta manera, si hemos alcanzado cierto progreso, mas un progreso científico-tecnológico –la llamada utopía tecnológica por París- mas este escalar científico no ha traído consigo un desarrollo social, no ha colmado las necesidades de dignidad que la humanidad reclamaba y reclama.

Por otro lado, no podemos obviar el hecho de que, la propia antropología cultural también fue -¿es?- “cómplice” de esta idea de progreso. No olvidemos, que aquella surgió, como bien ha señalado Llobera, al par que el colonialismo y su trayectoria se encuentra vinculada a los avatares de este último.

Retomando la idea de crisis civilizatoria, ésta se percibe de forma muy diáfana si fijamos nuestra atención en los diferentes temas que han conformado nuestra historia moderna: las continuas guerras por doquier, la explotación del trabajo humano, la opresión y explotación de la mujer, la tremenda desigualdad latente entre Norte-Sur –reflejada en el hambre imperante en la mayor parte del planeta, el rapto de la cultura por los poderosos,…..Y tantas otras situaciones que hacen claramente insostenible el modelo actual de humanidad.

De vueltas con el interrogante que anteriormente nos hacíamos, ¿es descabellado pensar, discutir en una sociedad “otra”? O por el contrario, ¿no tenemos nada que decir y hacer ante la desolada situación actual? Mi respuesta es negativa a la primera cuestión y positiva a la segunda, claro que hay mucho que decir. Que la humanidad actual se sitúe muy lejos de sus posibilidades no quiere decir que nunca podamos llegar a alcanzarlas. Es de una necesidad imperiosa la búsqueda de un nuevo horizonte, de una nueva cultura, de nuevos caminos humanizadores que consigan romper con la actual tendencia.

Aquí nos encontramos con la idea de utopía. Entendiendo ésta, no como algo inalcanzable, irrealizable sino, como lo “posible”, aquello que puede ser. Porque como muy bien dice Ilya Prigogine: “Lo posible es más rico que lo real”.

Mas la gran cuestión que nos sale al paso es: ¿Cómo escapar del cerco capitalista? ¿Cómo romper las cadenas que nos tienen atrapados en la dominación, en la explotación, en el hambre? Difícil respuesta. Mas una cosa está clara: la inmovilidad, el silencio ante tales injusticias nos hace cómplices de ellas. Ante esta coyuntura sólo es válida la lucha, la revolución, el deseo de tornar esta situación, de lograr por fin la emancipación humana. ¿Seremos capaces de construir una sociedad humanizadota? ¿De salir del actual atolladero? El tiempo nos responderá a esta pregunta. No obstante, una cosa es clara: sino la soñamos, sino la compartimos, sino luchamos por nuestros deseos, aquella, la luz, la sociedad libre, nunca llegará.

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